Bien hallados, señoritos.

En este su blog, anunciamos complacerles con estreno de arrelatatada miseserie, que sin movernos sobre el mar, viajamos un siglo atrás en un DeDorian Grey, retrato del capital sin mascara de niu dial, de un Shanghai imperial, concesión internacional. Contemplamos, las miserias del pasado, ¿Presienten su conjugación presente? Acertaran, al concluir, que el futuro ya hubo estado.

Cuando lo futuro y el pasado que se cogen de la mano, entre chimeneas y humo describen un claroscuro de vidas de baratillo, producidas a porrillo en maquiladora infame, el foxcomm de los mil años que ríe que ríe desde su trono construido con mil manos de sangre, de sudor y lloros, vidas pagadas al peso y sueños que solo quedan en eso. Esclavos de deudas antepasadas y de postales del mañana, ayer, hoy y pasado, suena esta canción de nana, con la que bebotes convierten, gordos rostros sonrientes, a su reflejo enfrentados…¡Lean y conozcan hermanos!

Las que tienen que servir, folletín por entregas.
Traducido de aquella manera del original(包身工)de Xia Yan por su querido Mister Holmes.

Ya estamos a mediados del cuarto mes, como se contaban antes, 4 de la mañana y cuarto, cuando el lucero ya ha desaparecido entre las débiles nubes que pasan y es la hora en que las celdas, como de colmena, del taller empiezan a, crep, crep, crep, crep, crepitar.

Cortando ya, fuera de la cama, levantaos.

Grita como enfadado un hombre vestido con unos pantalones casi cortos y una camisa de verano, da igual que sea invierno, otoño o primavera.

Tú, a la cocina, ¿Como, aún tumbadas en la cama? Venga, arriba cerdas.

En el cuarto del taller de dos metros de ancho y cuatro de largo, en el que seis o siete cerdas se tumban de cualquier manera, entre ruidos amenazantes, olor a sudor, a excrementos y a humedad, se levantan rápidas y agitadas, como si fueran abejas al notar que alguien está moviendo su colmena. Suspiros, bostezos, encuentra la ropa, ponte por equivocación los zapatos de otra, sal entre los gritos de los cuerpos que vas pisando y mea en el orinal que está a menos de un pie de las cabezas de las que aún están tumbadas. La timidez que atribuyen los mayores a las niñas, entre estas, a las que llaman cerdas, hace mucho que se ha perdido. Se pelean por el orinal, los pantalones en la mano, salen medio desnudas, se visten delante del hombre y de todas, solo cubriéndose un poquito.

Este hombre, que entrando en las habitaciones, vigorosamente despierta a las más perezosas a patadas, de un salto se planta en la escalera y grita en dirección a la piara que aún está en el piso de arriba.

-Ahora veréis, ¿Todavia no estáis de pie? Bichos perezosos ¿Hoy habéis decidido despertaros a mediodía?-

Una maraña de pelo, un pie sin zapato, abotonándose la camisa con una mano, quitándose las legañas, los bichos pasan, lanzándose escaleras abajo. Llegan a unos grifos, en los que una multitud de ellas ya se está empujando y dando codazos, se restriegan la cara con un poco de agua. Aquella a la que han llamado tú da, nerviosas vueltas a unas gachas de arroz, que calienta en una gran olla, y cuando un humo espeso empieza a salir de ella, comienza a toser violentamente. Tendrá quince o dieciséis años, y porque cuando nació sus brazos y piernas eran tan delgados, sus padres la llamaron junco ¿Pero qué más da, si eso, ademas de la jefa, no lo sabe nadie?

Esta es la fábrica japonesa de tejidos de la calle Fulin, Yang Shupu, ciudad de Shanghai. Delimitado su perímetro por un rectángulo de muralla de ladrillo rojo, aislado del mundo, bien definidos sus bordes, que se encuentran situados entre un canal de agua y una acumulación larga y estrecha de viviendas. A cada lado ocho filas, cinco bloques en cada fila, hacen un total de ochenta barracones de dos pisos que recuerdan al paseante a un palomar, entre arriba y abajo cada barracón contiene unas 30 de las que la jefa llama, unos días bichos y otros cerdas. Así que, si no contamos a las jefas, a los jefes, a la familia, a los capataces de camisa de verano y a los que vigilan en la puerta, dentro del perímetro de la muralla de ladrillos vivirán, unas 2000 cerdas que, vestidas con harapos, fabrican la tela con la que se hará la ropa que vestirán otros.

Pero ni cerdas ni bichos es su nombre oficial. De acuerdo a los papeles, estas son trabajadoras contratadas, unidas por acuerdo de fabulosa especie a un jefe, convertido en virtud a estas misteriosas artes en dueño y señor de lo que llaman una cuerda de obreros, y al que por este nombre se conoce.

Cada año, especialmente en época de sequía o durante las inundaciones, estos cuerdas, cuyo honor y sustento en la vida es el ser hombres y mujeres de confianza del empresario extranjero, recorren de propio pie o destinan embajadores a visitar las zonas afectadas por la catástrofe, que en muchos casos conocen bien por haber venido, en primer lugar, ellos desde ellas a la gran ciudad, y en segundo, por haber sido allí donde durante años han pulido unos picos de oro capaces de convencer a los brutos de que este trozo de madera que ve, en realidad está hecho del más precioso metal, boquitas con las que cosechan el preciado fruto, entre unos paisanos sin fuerzas para criar a sus hijos y sin valor para dejar morirlos de hambre.

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Y me quedo corto, residencias construidas al estilo occidental, todos los días carne y pescado, descansando todas las semanas, y no un día, dos como se lleva en el extranjero, no vean como se lo va a pasar, edificios de treinta plantas, autobuses de dos pisos, de todo, de to do, que no vean lo que traen de más allá del mar, que cosas más bonitas como no las había visto yo en la vida, ni se lo imagina, que ingenio, que inventiva ¡Paisano! Usted también debería ir a verlo, por lo menos una vez en la vida.

Mire, firme aquí y me ocupo de ella tres años, el dinero que ganen se lo traen de vuelta, a dólar1 el día que trabajan, haga cuentas, a esa ni aunque me lo pida de rodillas, a usted se lo ofrezco porque somos como parientes, vaya, que hay confianza.

Me la llevo y…. ¿Qué problema podría haber? Ya me conoce, aquí estoy como en mi casa, y para lo que necesite aquí me tiene.

Mientras así hablan, la pobre chica que les escucha mientras muerde unas hierbas, o un trozo de corteza, o cualquier cosa con lo que se le ocurra engañar el hambre, no dice ni pío, no vaya a ser que sus padres se acuerden de culparla de todas sus desgracias. Y así, redactado el contrato del trabajador, queda firmado con una cruz, los gastos ascienden a 12 dolares, aquí lo pone, la duración de tres años, aquí, se incluye la formación, el alojamiento, el transporte, y dios no lo quiera, cualquier gasto por enfermedad o fallecimiento del trabajador, primero me paga 10 dolares, que lo demás ya lo podremos arreglar siendo como somos casi parientes.

Trato hecho y pierda cuidado, que ningún problema puede haber habiendo firmado un contrato.

Las 2000 contratadas de la fábrica de la calle Fulin, se reparten entre algo más de 50 cuerdas, a los que obedientemente sirven como herramientas de generación de ingresos. Consecuentemente, el número de trabajadores de su cuerda también sirve como símbolo de estatus y representación del bienestar y el triunfo empresarial de cada uno de los jefes. Los que menos, se tienen que conformar con treinta o cuarenta, los que más, exhiben sus cuerdas de más de 150 trabajadores. Estos últimos, los peces más gordos, también se dedican a la extensión de prestamos, a la inversión en bienes inmuebles, la construcción, la gestión de casas de te, saunas, peluquerías y compra ventas de toda clase.

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La empresa de tejidos japonesa, alquila a razón de 5 dolares al mes cada uno de sus barracones a los jefes, los jefes dentro de estas residencias de estilo occidental, que recuerdan a palomares, instalan unas 30 de sus máquinas-herramienta semovientes de generación de ingresos, estas residencias no cuentan con lo que en las viviendas normales de similares proporciones se conoce como puerta principal, sino una pequeña puerta como las que se suelen usar como puertas traseras. En las columnas que la bordean, se clava un tablero de madera sobre el que se escribe, usando caracteres extranjeros “Chen Yongtian, Taizhou”, “Xu Fuda, Weiyang” o como sea que se llame el arrendatario y cual sea su lugar de origen. Sobre la puerta, acostumbran a pegar pegar carteles de papel color rojo como los que se usan en año nuevo, sobre los que se recortan lingotes, trigramas y otros símbolos de buen augurio entre frases auspiciosas… “El bisabuelo Jiang2 vive aquí y perdona todas nuestras ofensas”… “Caminamos por el camino de la virtud3 y nada entorpece nuestros pasos”… Que no se sabe si son signo de orgullo dirigido a otros o de sarcasmo contra si mismos…

Sucio, miserable laoban ¿A que sevicias y vicisitudes someterás a nuestras queridas señoritas?… Pobres chicas ¿Habréis de conocer la prosperidad, la felicidad y los autobuses de dos plantas?

Descubranlo, mis queridos, en el próximo capitulo de Las que tienen que servir, el folletín favorito que les ofrece su blog preferido.

1Lo que traduzco como un dólar en realidad se refiere en el original como un yuan extranjero, medida de valor más o menos fijo que incluía todas las monedas acuñadas en plata de similares medidas que circularon por Shanghai a principios de siglo, las más habituales eran el dólar y la libra de comercio internacional de la ceca de Borneo. Los diferentes gobiernos provisionales que se establecieron tras la caída de la House of Qing también acuñaron monedas de similares características, cuyas imitaciones se pueden encontrar en cualquier puesto de antigüedades de la ciudad.

2Figura mística, basada en sabio de carne y hueso, arquetipo de la benevolencia al que se le invocaba para perdonar todas las ofensas y violaciones de las buenas costumbres que el invocante hubiera podido cometer

3 Se refiere a li (礼) el código de conducta y etiqueta establecido por la escuela de Confucio.